lunes, 5 de noviembre de 2007

UNA AVENTURA EN EL SUPERMERCADO

Hoy –como otros muchos días- te has levantado con prisas. Casi te sucede una desgracia cuando al irte a levantar de la cama tus pies se han enredado en las sábanas. En la lucha te enredas más hasta que gritas por calmarte, momento en el que te libras de tus ataduras. No has tenido buen despertar y eso te hace estar de mal humor.

Poco a poco éste va remitiendo cual tormenta veraniega y el día, de un gris oscuro, se va tornando más claro. Incluso sonríes cuando escuchas algo gracioso en la radio. Desde luego que el día se va aclarando.

Hoy tienes un poco de prisa y estás dispuesto para marcharte a la facultad, cuando tu madre te detiene. La nevera está casi vacía y es necesario reponer. Y como eres el único hijo, el sorteo te da siempre como ganador. Al punto te es dictada na lista interminable o así te lo parece. Y como no quieres emular los trabajos de Heracles (Hércules para otros) recurres al carro de la compra, no tienes ganas de aparentar ser un superhombre.

Llegas justo en el momento en que una dependienta abre la verja. Hay unas pocas personas esperando, pero de su interior surge un instinto salvaje y pugnan a base de codazos por entrar en primer lugar. Accedes cuando los contendientes se dispersan por los diferentes pasillos. Despliegas tu rollo de papiro mientras conducen el carro del supermercado. Pronto te percatas de que tiende a marcharse hacía la izquierda y apenas puedes manejarlo. Menudo ojo has tenido en tu elección. Arrojas los productos en su interior tan pronto como los localizas en los estantes sin reparar en los precios, pues no quieres hacerte mala sangre con lo que han subido y que la vida está más cara y los sueldos más bajos con cada subida de impuestos. Llegas a la pescadería, por suerte sólo hay una persona, una mujer de cincuenta años, así que no tardarás mucho en ser servido. Craso error. La buena mujer comienza a pasearse a lo largo del mostrador ante la mirada expectante de la pescadera.

- No sé qué llevar.

- Hoy está en oferta la pescadilla a 6,95 el kilo – le informa la pobre pescadera en un intento de que la buena mujer se decida por algo.

- ¿Y la merluza a cómo está?

- A 12,95.

- Muchas diferencia.

Un momento de silencio. Van llegando nuevos clientes. La pescadera mira con horror la cola que se está formando. Pero como es paciente, sonríe y espera.

- ¿A cómo está la merluza?

- 12,95.

- ¿Y la pescadilla?

- 6,95.

- No sé. ¿Están frescas? Es que no lo parece.

- Fresquísimas, nos las traen directamente de Galicia –se apura a responder. Y a fe de que estaban frescas.

-Pues no sé… Perdona, ¿pero a cuánto estaba la merluza?

-12,95 –ya se denota un poco de cabreo en su voz.

-Pues si antes me has dicho que estaba a 6,95.

-Eso era la pescadilla.

En esos momentos todos tenemos ganas de estrangular a la buena señora y librare de la pesadilla a la pobre pescadera que a este paso pronto se iba a convertir en santa. Al fin se decide por llevar una pescadilla que quiere limpia y en filetes. Y como era de esperar, mientras la pescadera ejecuta las acciones pertinentes, la clienta la atosiga. Y al fin la pescadera le hace entrega de la bolsa con pescado.

-Bueno, espero que esté fresca, porque no sé, la veía rara –apostilla a modo de despedida, dejando a la pescadera con ganas de asesinarla.

Yo apenas tardo y ello se comprueba en los rostros de alivio de los que esperan su turno. Y continúo mi camino hasta la frutería. Justo en ese momento se va el último cliente, no puedo creer en la fortuna que he tenido. El frutero e seguida me atiende. De pronto aparece un señor mayor, un jubilado, que otea la mercancía.

-Ponme un kilo de plátanos –de repente suelta el señor mientras me atiende el frutero, quien hace caso omiso. De nuevo vuelve el señor al ataque pidiendo otras cosas más.

-Un momento, que tengo que atender y luego ya estoy con usted.

-Es que estoy en la pescadería y tengo prisa –espeta.

-Muy bien; pero primero tendré que atender a quien lo estaba haciendo.

El señor regresa a la pescadería entre murmullos y despotriques. El frutero, por su parte, hace caso omiso y continúa atendiéndome.

Tienes la tentación y miras el reloj. Te agobias al percatarte que es más tarde de lo que pensabas. Raudo recorres los pasillos y arrojas al carrito todo lo restante de la lista. A fin llegas a la caja. La cola sólo cuenta con tres personas. El primero desaparece en un santiamén. El segundo no lleva mucho, pero al pagar con tarjeta, n le admiten la operación por más intentos de la cajera. Saca otra de su billetera y ésta sí acepta la operación. Delante de mí está una señora que se queda quieta al principio de la caja mientras la compra se le acumula, sin dejarme ir depositando mis artículos sobre el mostrador. De pronto, hace acto de aparición una señora mayor, sesenta años arriba, con una cesta e intenta colarse. Al no poder hacerlo, me pide que la deje pasar porque lleva mucha prisa. Acuciado por el tiempo, no se lo permito y recibo por contestación despotriques. Por su parte, la señora de delante ha ocupado toda la caja con su bolso, con la compra y quedándose en medio. No puedo hacer nada y la cajera ve cómo la cola aumenta y la señora se toma todo el tiempo del mundo. Al fin quita su bolso y coloco mi compra sobre la caja. La señora sigue ocupando todo con su compra por lo que según va pasando la cajera los artículos por la máquina, yo lo echo en el carrito.

-A ver si se va a llevar algo que de lo mío –me dice la señora cuando quiere coger uno de mis productos y yo lo rescato antes.

-Yo sólo me llevo lo mío, no lo de otros –contesto.

Pago y recojo mi carro de compra donde acomodo todo. Compro el pan en la panadería adyacente y me marcho.

Pero la vuelta no es tranquila. Al cruzar la calzada la rueda derecha de mi carro se encuentra con un bache, se ladea y a punto está de volcarse, llevándome al suelo. Y para colmo, el ascensor se ha estropeado y toca subir con la compra por las escaleras.

Al final llegas a tu piso, cansado, con la lengua fuera y encima se te ha hecho tarde y te va a tocar correr.

Si es que cuando el día empieza mal…

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Está muy bien.
Yo hace mucho que no compro pescado, no me lo puedo permitir. Ojo con el anisakis.

Anónimo dijo...

No funciona

Diego Vicente Sobradillo dijo...

Gracias por el comentario Óscar.
Con lo de no funciona me imagino que te refieres a que no aparezcan los comentarios al momento.
He tenido experiencias malas con los comentarios y tuve que poner la moderación para evitar soeces, insultos, etc.
Un saludo.

Anónimo dijo...

¡¡¡Censurone!!!

Diego Vicente Sobradillo dijo...

Amigo anónimo, piensa lo que quieras.
Ya he tenido en el otro blog este debate y no me apetece volver a tenerlo.
Es una norma que he puesto. Si la gente fuera responsable no haría falta.

Un saludo.

Anónimo dijo...

no te apetece, no te apetece... ¡ayyy qué espíritu! no te tomes todo tan a pecho y aplícate el dicho de "a palabras necias oídos sordos". mira, yo ya los tengo cubiertos de cera, de tanto tapérmelos. venga, un beso, que para un hombre que queda que no mira en una mujer solamente su trasero, es para quererle, aunque sea un poquito.