lunes, 8 de octubre de 2007

SOBRE SISTEMAS EDUCATIVOS.

Hoy me decidido a tocar un tema que no deja de interesar a todo filólogo y licenciado como es la educación, una de las salidas viables para un pobre loco que ha tenido la ilusión de estudiar una carrera de letras, un abocado a las filas del paro según la opinión de algunos. Y es que, para algunos, si no estudias una carrera de las que se encuadra dentro de la clasificación de las ciencias, eres un inútil, casi u parásito. Allá ellos y su mermada inteligencia. Lo único que es cierto es que tanto letras como ciencias son necesarias para que el ser humano avance, no olvidando su pasado.

Centrándome en el asunto, en este país la educación parece un pitorreo. Tan pronto como un gobierno accede al poder, quiere reformar el plan educativo porque ellos van a conseguir lo que sus predecesores no habían conseguido: el mejor sistema educativo que no provoque el fracaso escolar.

Yo me he formado bajo las siglas EGB, BUP y COU, y a pesar de sus déficits, era un sistema mejor que el que actualmente tenemos, Aún recuerdo cuando el PSOE y al frente de él Felipe González, presidente apoltronado por demasiado tiempo –milagroso cómo se conservaba su chaqueta de ante que sólo utilizaba en la campaña electoral, o quizás tuviera varias del mismo modelo-, anunció a bombo y platillo las excelencias del nuevo sistema educativo denominado como LOGSE. Nadie sabía cómo era aquello, sólo que iba a suponer un hito en la enseñanza. ¡Y desde luego que lo ha sido! Para poder llevar a cabo este nuevo proyecto, se formaron a los profesores durante un tiempo. Lo que más recuerdo era cómo los profesores se echaban las manos a la cabeza con tal desatino.

Según avanzaban mis primos, comprobé que el nivel de conocimientos descendía con respecto a lo que yo había estudiado. Y proporcionalmente los libros de texto reducían su tamaño aumentaba su precio.

Pero el mayor contacto con alumnos lo tuve durante las prácticas del Curso de Aptitud Pedagógica y con unas clases particulares que me salieron. Ahí pude darme cuenta de los pocos conocimientos que provocaban falta de comprensión. Y conversando con los alumnos de bachillerato, pude conocer su poca ilusión por los estudios porque no sentían motivación, principalmente a causa del aburrimiento.

Numerosas reformas –o casi había que decir simulacros- que en lugar de mejorar la situación la han ido empeorando. Y es que hay una manía obsesiva por poner parches en lugar de actuar como es necesario: borrón y cuenta nueva. Y más desbarajuste cuando la ley de Calidad propuesta por el PP ni siquiera se puso en funcionamiento, a pesar de contener planteamientos interesantes, pero con déficits por esa obsesión del parcheado ya citada. Estos continuos desvaríos han dado lugar a que cosas que se estudiaban con catorce años, incluso menos, se estudian ahora con dieciocho años. Y curiosamente, en un sistema donde de pregona que lo que importa no es el contenido, sino enseñar a aprender, nos encontramos con una gran mayoría de alumnos que no son capaces de razonar con lógica. Lo peor es que aún no entiendo cómo hay gente que hoy avale un sistema educativo que ha aumentado el fracaso escolar y que ha convertido el acudir a clase un suplicio de aburrimiento. A ver si alguien, se atreve a coger el toro por los cuernos y arregla el desaguisado.

En otros aspectos tenemos como referente siempre a Europa, sin embargo, con el nuevo sistema europeo que se va a implantar en la educación universitaria, puede suceder lo mismo que con la ESO –curiosas siglas que definen muy bien este sistema-. De nuevo nos encontramos un planteamiento, o por lo menos el enfoque español, en que el contenido no importa, sino que hay que enseñar a investigar. Una idea interesante la de enseñar a investigar porque es una tarea ardua, pero no lo es menos un contenido que nos sitúe en un punto de partida a partir del cual podamos avanzar y revisar lo heredado, pues de lo contrario sería el fin. Permítaseme hacer un breve inciso para recomendar el libro El clan del oso cavernario de Jean M. Auel, orientado en perspectiva semejante y que me ha resultado muy interesante. El conocimiento del ser humano es progresivo y para avanzar más no hay que volver siempre al mismo punto de partida, sino convertir el punto culmen de la generación precedente en nuestro punto de partida.

Y como ejemplo de la locura que se adueña de quienes plantean los sistemas educativos, se ha creado los postgrados; también conocidos como máster, en uno de los cuales he servido como conejillo de Indias antes de haber creado el grado. Pero lo patético fue cuando la Ministra de Educación intentó explicar qué eran y para qué servían y dio tres versiones distintas y contradictorias. Aún hay dudas de cuánto contarán en el currículo del alumno, pero parece que al fin este sistema va a ser el heredero del doctorado antiguo. Esperemos que no cambien de opinión.

Ante el panorama que se nos presenta, amigo lector, sólo me queda decir: ¡Qué Dios nos pille confesados!

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