jueves, 30 de agosto de 2007

UNA NUEVA VERSIÓN DEL CUENTO CAPERUCITA ROJA

Hace ya unas semanas, en un programa de estos veraniegos, hicieron una entrevista a una persona cuyo nombre he olvidado o ni tan siquiera lo supe. Ante aquellos micrófonos propuso que había que reescribir los cuentos populares para adaptarlos a las nuevas realidades sociales. Preguntándome cómo quedaría un cuento reescrito y he tenido la osadía de preparar esta nueva versión de la historia de Caperucita Roja. Que nuestros antepasados y los antiguos cuentistas tengan a bien perdonarme dicha locura.

Caperucita era una niña de doce años, bueno, mejor dicho, no era una niña genéticamente. Caperucita en realidad –en los papeles- se llamaba Andrés y había nacido varón, pero desde su más tierna infancia se comportaba como una niña, cosa que a su padre no le agradaba en absoluto; él un macho de pelo en pecho. La abuela entendía lo que sentía su nieto-a, por ello le había comprado ropita de niña y cuando iba a su casa de visita, le dejaba vestirse con ellas y ser una niña. Lo que más le gustaba era una capa roja con caperuza, de ahí que su abuela le pusiera el nombre de Caperucita Roja. Todo era un secreto entre ellas.

La situación cambió cuando el padre se fugó con una compañera de trabajo, escultural, de veinticuatro años. La madre tuvo que ponerse a trabajar y siempre llegaba por la noche a su casa, ni siquiera comía en ella a causa de los horarios tan esclavos de su jornada. Caperucita aprovechaba este tiempo para dar rienda suelta a su ser, vistiéndose de niña con ropas que tenía escondidas.

Un día sucedió que, o su madre se adelantó en su retorno o ensimismada no se percató de la hora, la descubrió así vestida. Su rostro se tornó blanco, mientras el de Caperucita se ponía rojo, apenas pudiendo preguntar: “¿Qué haces vestido así?”.

-Soy una niña.

Aquella noche sólo hubo silencio. La abuelita, al día siguiente, enterada de todo, habó con su madre y consiguió lo que parecía imposible: que lo entendiera. Desde ese día ya sólo fue Caperucita Roja, como la había bautizado su madre.

El invierno ya había pasado y la primavera había llegado, pero los continuos cambios bruscos de temperatura había hecho caer enferma a la abuelita. Hacía poco que se había hecho caer enferma la abuelita. Hacía poco que se había ido a vivir a un chalet, un poco alejado de la civilización y done aún no llegaba el transporte urbano, a pesar de que cuando se lo vendieron habían jurado y perjuraron que sí había. Un chalet que se había comprado con el dinero de un seguro de vida de su marido, ya en la gloria de Dios. Él había muerto de un infarto un día que su mujer, entristecida por la noticia, le confesó que era lesbiana y que estaba triste porque su querida amante durante estos años había fallecido. Su corazón no pudo soportar la sorpresa de aquella confesión y se fue a criar malvas.

La madre preparó una cesta donde depositó los medicamentos que había comprado para la abuela. Como hacía fresco, ella se había puesto su capa roja. Y contenta, emprendió el camino cantando.

Para llegar al chalet tenía que atravesar un pequeño bosque. Era un lugar tranquilo, pero desde hacía un tiempo merodeaba un Lobo que se dedicaba a espiar a las parejas que iban de excursión y a asustar a las niñas, aunque sus pensamientos eran más perversos.

Iba tan tranquila Caperucita por el sendero, cuando el Lobo apareció de entre unos matorrales. Le gustaba aquella niñita que parecía no temerle.

-¿A dónde vas? –le preguntó.

-A casa de mi abuelita que está enferma.

El Lobo había urdido un plan para poder dar rienda suelta a sus más bajos instintos. Logró sonsacar a Caperucita dónde vivía su abuelita. Sólo quedaba entretenerla.

-¿por qué no le llevas un ramo de flores a tu abuelita? Seguro que te lo agradecerá.

A caperucita no le pareció mala idea. El Lobo se despidió y ella se puso a seleccionar las florecillas silvestres más bonitas. Tan alegre se encontraba que de nuevo empezó a cantar acompañada por el trino de los pájaros.

Entre tanto, el Lobo corría y corría como reseguido por mil demonios. Al fin llegó a la casa de la abuelita. Llamó a la puerta y se hizo pasar por un revisor del gas. Apenas había abierto la puerta su víctima cuando saltó sobre ella. La abuelita sólo pudo emitir un breve, pero agudo chillido antes de caer inconsciente.

Este grito fue escuchado por un cazador que se encontraba por allí. No sabiendo a qué clase de peligro se podía enfrentar, fue a buscar refuerzos. Cerca de allí vivía un leñador, que era su novio. Se habían conocido un día por casualidad; un día que iba de caza y lo suyo fue un auténtico flechazo de Cupido.

El lobo, por su parte, se preparaba para engañar a Caperucita. Con los pocos medios de los que disponía, se disfrazó. Había sido buena idea el hacer un curso a distancia de peluquería y maquillaje. Para llevar a cabo sus fechorías y no ser descubierto, le parecía buena idea el ir siempre disfrazado. Hizo pruebas para modelar su voz hasta que consiguió una que podía pasar por la que emitía una garganta cogida.

De pronto, sonó el timbre de la puerta. Veloz se echó en el sofá que presidía el salón y se tapó hasta los ojos con una manta. Se puso un poco nervioso al dudar si lograría engañar a Caperucita.

-Adelante, la puerta está abierta –dijo y a continuación tosió aparatosamente.

Caperucita se acercó alegre mientras enseñaba las boticas a su abuelita. El Lobo intentaba permanecer tranquilo. El hecho de que Caperucita se mostrara natural, le hizo calmarse.

-Mira lo que te he traído –dijo Caperucita mientras colocaba un jarrón con las flores silvestres sobre la mesita que estaba enfrente del sofá-. ¿Qué tal estás?.

-Bien, hijita, bien. Pero no me reconozco ni la voz.

-Abuelita, ¡que grandes ojos te veo hoy!. No me había fijado.

-Así puedo verte mejor.

-Abuelita, ¡cuánto pelo tienes en la cara!

-Es que hoy no he podido afeitarme de lo mal que estaba. Ya sabes que a las ancianas nos crece la barba.

-Abuelita, ¿qué es ese bulto que sobresale y que abulta la manta?

-Mi secreto para jugar que ahora te mostraré.

De pronto arrojó la manta a la confundida niña y saltó sobre ella, sujetándola con todas sus fuerzas.

-Ahora no habrá quién te salve.

Apenas había terminado de pronunciar esto cuando irrumpieron en la estancia, tras derribar la puerta con un hacha, el leñador y el cazador, cual héroes de película americana. Antes de que pudiera reaccionar, el Lobo fue derribado y castrado por el cazador con un afilado machete que lo seccionó como si fuera un chorizo de cantimpalos. Aturdido, el Lobo salió corriendo sin preocuparse de nada. Empecinado en su huida –brotándole por supuesto sangre por la herida- fue a cruzar una carretera, cuando un camión apareció y lo atropelló al no haber mirado antes de cruzar, cosa que hay que hacer siempre. El impacto lo despidió por los aires y fue a caer al río. La muerte se cernió sobre él.

En el chalet de la abuelita, entre tanto, los dos héroes liberaron a Caperucita y a la abuelita, quien había sido amordazada por el Lobo y encerrada en un armario. Ambas ya estaban sanas y salvas.

Al día siguiente el cazador regresó y les dio como regalo la piel del Lobo y sus colmillos. Lo había encontrado en la orilla muerto y decidió hacerlas un regalito de recuerdo. Con la piel se hicieron la abuelita y Caperucita unos abrigos y unos bolsos y con los colmillos unos pendientes. Se convirtieron así en las más fashion de la región. Y es que, ya se sabe, que para ser feliz en estos días y vivir en el país de las maravillas hay que ser “antes muertas que sencillas”.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

De lo mejor que has escrito, pero poco creíble. Ánimo.

Diego Vicente Sobradillo dijo...

Muchas gracias amigo anónimo por este comentario.
En relación a lo poco creíble, he jugado con los lñimites de la verosimilitud como en todo cuento.
No sé si has pensado en lo poco creíbles que ahora nos parecen los cuentos, pero el atractivo tan hermoso que tienen.
Un saludo y gracias por tus ánimos.

Anónimo dijo...

juer esto parece GH-9

Anónimo dijo...

hola, soy mujer de guardia civil y me parece indignante la imagen que das de las mujeres, para una que sacas es un travesti!!! se nota que no conoces nada del lado femenino, interésate por nosotras,te aseguro que tenemos muchas cosas que enseñaros y todas buenas.

Besos

Diego Vicente Sobradillo dijo...

Buenas Rafi.
No llego a comprender tu indignación, pero bueno, cada uno es como es.
Antes de hablar deberías aprender la diferencia entre travesti y transexual que no es lo mismo, aunque se siga utilizando el término travesti para desginar a la persona transexual.
En ningún momento he faltado el respeto a las mujeres en este relato y estoy de acuerdo en que la mujer -como concepto genérico- es maravilloso, pero siempre hay que tener presente que hay mujeres que no lo son, al igual que hombres.
En este caso mi crítica no va contra ninguno de los colectivos a los que he mencionado pues todos ellos merecen un gran respeto, sino contra la absurda idea de actualizar todo sin comprender que la magia de los cuentos estriba en que tal como han sido transmitidos, son aún actuales y enseñan al niño a afrontar los problemas de la vida y madurar.
Tengo un relato en otra sección "El bosque de Medianoche" donde los protagonistas son una pareja, te invito a que lo leas con calma.

Un saludo.